Los debates al uso en los medios no dan mucho de sí, pero permiten al menos descubrir los tópicos y prejuicios con los que se aborda la mayoría de los temas por quienes seguramente deberían de declararse legos. Un ejecutivo del sector educativo, declarado experto por una agencia de innovación social, daba en la radio su clave con tono pontifical, como una alocución urbi et orbi. Entre toda esa jerga con la que se empastan las soluciones modernas --con las insustituibles nuevas tecnologías así como mucha creatividad, focalización, liderazgo, espíritu de equipo-- me sorprendió oír como en una ráfaga algo más coloquial y un tanto desconcertante. El hombre estaba perorando sobre la desigual suerte de sus compañeros de escuela, sobre la paradoja de que algunos de los más brillantes hubieran desaparecido mientras los «segundones», entre los que se contaba, lograban «triunfar en la vida». Si digo que ese inciso llegó en una discusión sobre «herramientas» de medida de niveles de competencia adquiridos, y en medio de mucha palabrería, se comprenderá mejor el desencaje. Una nueva ráfaga en la que habló de «aprovechar las oportunidades» confirmó la prevalencia de ese pensamiento de fondo tan clásico en su disfraz novedoso. Hecha casi en primera persona, esa declaración colocaba su reconocido oportunismo por delante de todas esas competencias llamadas a medir la excelencia académica, las que él mismo reclamaba ahora con fervor al sistema educativo. Todo este contexto resulta un poco desmesurado, porque esos vaniloquios del experto educativo podrían haberse resumido mejor de haber explicado el sujeto en qué términos medía él su triunfo en la vida.
miércoles, 29 de junio de 2011
El triunfo ratonero
Los debates al uso en los medios no dan mucho de sí, pero permiten al menos descubrir los tópicos y prejuicios con los que se aborda la mayoría de los temas por quienes seguramente deberían de declararse legos. Un ejecutivo del sector educativo, declarado experto por una agencia de innovación social, daba en la radio su clave con tono pontifical, como una alocución urbi et orbi. Entre toda esa jerga con la que se empastan las soluciones modernas --con las insustituibles nuevas tecnologías así como mucha creatividad, focalización, liderazgo, espíritu de equipo-- me sorprendió oír como en una ráfaga algo más coloquial y un tanto desconcertante. El hombre estaba perorando sobre la desigual suerte de sus compañeros de escuela, sobre la paradoja de que algunos de los más brillantes hubieran desaparecido mientras los «segundones», entre los que se contaba, lograban «triunfar en la vida». Si digo que ese inciso llegó en una discusión sobre «herramientas» de medida de niveles de competencia adquiridos, y en medio de mucha palabrería, se comprenderá mejor el desencaje. Una nueva ráfaga en la que habló de «aprovechar las oportunidades» confirmó la prevalencia de ese pensamiento de fondo tan clásico en su disfraz novedoso. Hecha casi en primera persona, esa declaración colocaba su reconocido oportunismo por delante de todas esas competencias llamadas a medir la excelencia académica, las que él mismo reclamaba ahora con fervor al sistema educativo. Todo este contexto resulta un poco desmesurado, porque esos vaniloquios del experto educativo podrían haberse resumido mejor de haber explicado el sujeto en qué términos medía él su triunfo en la vida.
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