sábado, 11 de junio de 2011

La inteligencia y nuestra cuota



Todo ha sido caer la inteligencia en manos de los psicometristas y el concepto ha pasado a ser, convertido en cociente intelectual, algo rigurosamente personal y perfectamente cuantificable, algo parecido a una genuina vestimenta mental gracias a la cual se nos otorga rango y con la que se nos identifica y clasifica. Posteriormente, gracias a su reinvención artificial, por medio de la autómatica y la computación, la inteligencia natural ha pasado a percibirse como una competencia más próxima al lenguaje y no como una capacidad medible y estrictamente personal. Eso explica que la gente mejor adaptada al canon que rige en los sistemas de conocimiento dominantes —una cuestión finalmente de inserción social—, marque más altos cocientes. En realidad esos sistemas nunca son del todo neutros y las prioridades sugeridas en la abstracción determinan formas de inteligencia más o menos sesgadas. Por eso me parece pretencioso, si no dañino, que alguien, sin reconocer el respaldo de un cuerpo lingüístico de referencia, es decir sin un respaldo social, pueda considerarse dueño de un cociente de inteligencia en propiedad y a perpetuidad. A la inteligencia, como a tantas otras cosas, debemos encontrarle sitio ampliando poco a poco nuestros estrechos habitáculos conceptuales, pero sin dejar de pagar al lenguaje puntualmente su debida renta, una renta que es básicamente social.

Nota: Si te parece que la solución a la prueba de arriba es Z, estás muy equivocado.

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