Hace un año aproximadamente se reunían en el corazón de África, en la ciudad chadiana de N'Djaména los mandatarios de los once países que de costa a costa administran las tierras desérticas del Sahara y las semiáridas de su frontera sur, el Sahel. La reunión pretendía dar impulso operativo a un proyecto de larga gestación y de tremenda importancia para África, la Gran Muralla Verde. Probablemente se trata de la iniciativa de intervención ecológica más ambiciosa de las que se hayan puesto en marcha, en África y en el mundo.
Se trata de acondicionar un corredor vegetal que discurra desde Senegal en el Atlántico a Djibouti en el mar Rojo, con un longitud de unos 7.700 Km y una superficie de unos 12 millones de hectáreas. Se espera que, una vez consolidada, esta franja natural de unos 15 Km de anchura actúe como una frontera resistente al avance del desierto. La zona debería albergar especies vegetales y animales bien adaptadas a la sequedad ambiental, pero también de interés económico.
Con ese fin se irán creando nuevas plantaciones de bosques de especies autóctonas para apoyar y mejorar la vegetación ya existente. Se pretende igualmente crear zonas de pastoreo, parques y reservas naturales, así como corredores de intercomunicación para la población. En esta columna vertebral se integrará una red para la retención de aguas y áreas de producción frutícola. En la gestión se intentará involucrar a las poblaciones locales, a productores privados y a las administraciones forestales.
Aunque es pronto para hacer balance, parece que tras el primer año los resultados son esperanzadores y los primeros objetivos se van cumpliendo. La memoria del proyecto alerta en su último punto sobre los riesgos que se ciernen sobre él, y los admite de tres órdenes distintos: la ausencia de voluntad de los países, la insuficiencia de la financiación y la situación de inestabilidad política o de seguridad.
Para más información: http://www.grandemurailleverte.org
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