Enea vince Turno, Luca Giordano Galleria Corsini, Firenze |
Hay pasajes simples: Como aquel en que las falanges argivas, lejos de desaparecer con sus barcos, se aproximan a la confiada Troya «bajo el silencio amigo de la callada luna». La luna, aunque como hoy se oculte, sigue siendo cómplice de la noche, patria a la vez del sueño y de la oscuridad, y nadie sabe del todo en qué mundo entra cuando «en torno a su cabeza vuela una negra noche con su aciaga sombra». En tal caso sólo cabe confiar contemplando cómo «cae la noche y abraza la tierra con sus oscuras alas». Quedaría después, cerrar los ojos y poner la mente a volar.
Hay otros pasajes complejos: La gran batalla se prepara y Juno entrega a Eneas el yelmo y el escudo forjados por el propio Vulcano. Los troyanos parecen resignados al asedio del rútulo Turno, cuando a las playas arriba Eneas al frente de una inmensa flota con sus aliados. Es entonces cuando Virgilio escribe: «Arde la cimera de Eneas sobre su cabeza, el penacho arroja llamas y del áureo escudo brotan grandes relámpagos, no de otra suerte que cuando en una noche serena enrojece el cielo con sangriento y lúgubre resplandor un cometa, o cuando sale el ardiente Sirio, trayendo a los míseros mortales sed y enfermedades, y contristando el cielo con su aciaga luz». El pasaje nace épico y brillante, al amparo de los dioses, y acaba trágico y mortal, al arbitrio de los astros. En lo sucesivo, parecida suerte correrán los héroes, arrebatados al capricho poético del mito para ser entregados a los designios geométricos del relato.
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