jueves, 16 de junio de 2011

Gramáticas celestes


Enea vince Turno, Luca Giordano
Galleria Corsini, Firenze
Ayer de nuevo hubo eclipse de luna. Son acontecimientos que poca emoción pueden suscitar en quienes viven la noche sumergidos en medio de las luces urbanas. Desde ahí es prácticamente imposible ver en el cielo presagios y augurios, y difícilmente se llega a tenerlo por reflejo de nuestras esperanzas y calamidades. Son muchos los poemas que privados de ese soporte se vuelven opacos y algunos los poetas cuya expresión queda desarmada, casi muda. Podría ser el caso de Virgilio y su Eneida. Sus firmamentos me recuerdan a esas claves escondidas en los paisajes de fondo de los retratos. Son espacios donde se puede escuchar y ver, apuntalada por cadencias y gramáticas, la temible llegada del futuro.

Hay pasajes simples: Como aquel en que las falanges argivas, lejos de desaparecer con sus barcos, se aproximan a la confiada Troya «bajo el silencio amigo de la callada luna». La luna, aunque como hoy se oculte, sigue siendo cómplice de la noche, patria a la vez del sueño y de la oscuridad, y nadie sabe del todo en qué mundo entra cuando «en torno a su cabeza vuela una negra noche con su aciaga sombra». En tal caso sólo cabe confiar contemplando cómo «cae la noche y abraza la tierra con sus oscuras alas». Quedaría después, cerrar los ojos y poner la mente a volar.

Hay otros pasajes complejos: La gran batalla se prepara y Juno entrega a Eneas el yelmo y el escudo forjados por el propio Vulcano. Los troyanos parecen resignados al asedio del rútulo Turno, cuando a las playas arriba Eneas al frente de una inmensa flota con sus aliados. Es entonces cuando Virgilio escribe: «Arde la cimera de Eneas sobre su cabeza, el penacho arroja llamas y del áureo escudo brotan grandes relámpagos, no de otra suerte que cuando en una noche serena enrojece el cielo con sangriento y lúgubre resplandor un cometa, o cuando sale el ardiente Sirio, trayendo a los míseros mortales sed y enfermedades, y contristando el cielo con su aciaga luz». El pasaje nace épico y brillante, al amparo de los dioses, y acaba trágico y mortal, al arbitrio de los astros. En lo sucesivo, parecida suerte correrán los héroes, arrebatados al capricho poético del mito para ser entregados a los designios geométricos del relato.


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