sábado, 4 de junio de 2011

Supervivencia y vida


Son poco habituales las menciones al Stevenson ensayista. Por lo menos son raras comparadas con las referidas a sus relatos y cuentos. Sin embargo, el tono de sus ensayos le resultará familiar y directo a cualquiera que haya leído alguno de sus novelas. Con independencia del tema abordado, se advierte pronto su interés, como hombre experimentado y de mundo, en servir de voluntario contrapunto a las cavilaciones de los filósofos, con un discurso más próximo a la anécdota que a las elevadas propuestas metafísicas.

De todos los recogidos en el volumen Virginibus puerisque y otros ensayos, me quedaría con dos, los dedicados a la muerte, Aes triplex, y a la esperanza, El Dorado. No debe de ser casual que aparezcan en ese orden. Diría incluso que se complementan y que el segundo busca renovar el impulso vital en quienes no aceptan una superación de la muerte como la propuesta en el primero. En este, Stevenson viene a afirmar como un hecho, por encima de las definiciones que circulan sobre la vida, «que no amamos más la vida porque estamos muy preocupados de su conservación», y que «no es la vida lo que amamos sino el vivir». En ese amor a la vida es donde Stevenson ve nacer una dinámica vital ajena por completo a esa vida estática, que en los filósofos se asume como una Permanente Posibilidad de Sensación, y que tan inermes nos deja ante la expectativa de nuestra muerte. Pocos han captado como él esa distinción profunda entre el afán de supervivencia y el amor a la vida, porque el instinto natural no parece apreciarla. Para apreciarla uno debe ponerse en camino. Es la andadura el origen de esa dinámica vital que propugna,, una dinámica de encuentros y desencuentros, marcada por la curiosidad y el deseo. Una dinámica sobre la que es aún más explícito en su segundo ensayo, cuando nos dice: «Extraña figura la que hacemos en el camino hacia nuestras quimeras, marchando sin cesar, escatimándonos a nosotros mismos el tiempo para el descanso; infatigables, aventureros, descubridores. Es verdad que nunca hemos de llegar a la meta; es hasta más que probable que ni exista tal meta siquiera».

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