De nada puede valer un perfil del autor si no deja ver su intención. Si ésta no es buena ni clara, el perfil poco va a decir de él, y lo que diga nada aclarará.
Para gente ávida de verdades, el aforismo y las citas literarias tienen una autoridad lógica tan sólida como reconfortante. No es de extrañar, pues, que esa solicitada autoridad se afirme con aire paternal en sus conciencias. Ha llegado a tal punto el prestigio de su pretendida lógica, que autores y beneficiarios confunden sentencias con tautologías, presentando su parecer como un cuerpo de reglas tercas, de verdades absolutas a las que, sólo en privado reconocen como verdades camaleónicas. Que «dos y dos son cuatro», es algo libre de posible interpretación, pero el imperativo moral nunca ha logrado ofrecer tan categóricos frutos. Revisando la literatura, no se ve aforismo o sentencia alguna, por consistente que parezca, que no disponga de una gatera por donde las pasiones libremente circulan minando esa verdad a la que nos acogíamos confiados y haciendo que de pronto se desmorone.
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