domingo, 5 de junio de 2011

Ya llegan


Vengo de allá arriba. Como si de una negra y siniestra nube se tratara, estos últimos días ellas han empezado a infiltrarse desde lo alto de las montañas y a extenderse por aquel sombrío territorio. Cuando esta mañana contemplaba en la lejanía aquellas alturas, veía el azul del cielo constantemente atravesado por compactas y enjambradas multitudes de impertinentes moscas. Se diría que, un año más, pretenden impresionarnos con esa parada celeste y sobrevuelan nuestros dominios más remotos y descuidados antes de invadir sin miramientos nuestros pueblos y ciudades. A su llegada, que vino anunciada ayer por estruendosas tormentas, nada realmente parece haber quedado fuera de su alcance. Nadie sabe a ciencia cierta dónde han encontrado cobijo ni quién se lo ofrece, pero el húmedo y caluroso ambiente actúa como un poderoso estímulo y las levanta a millones desde lo más profundo de los altos y lejanos bosques. En cerradas formaciones las he visto rondar con vuelo insistente, para adentrarse luego a través de los árboles y dar batidas de reconocimiento cada vez más amplias, ante la despreocupada y algo extrañada mirada de los pájaros. Más tarde han descendido a patrullar por las orillas de las charcas y regatas en busca de animales sedientos sin otro fin que hostigarlos, ponerlos en fuga y hacerse con la posesión de sus abrevaderos. Otros grupos, no tan guerreros pero aún más pegajosos que los anteriores, vigilaban desde el aire al asustado y sumiso ganado, justo allí donde se abren espacios y praderas. Sometidos a esa vigilancia suya, tan completa y penetrante, han quedado también todos nuestros caminos, sendas o veredas. Los toman por vías de penetración enemiga, lo que les lleva a perseguir furiosas a los inocentes viandantes. Algunos de los que hemos merodeado hoy por aquellos parajes estamos ahora aquí para contarlo. Esto quiere ser sobre todo un aviso. Un aviso de que esos oscuros ejércitos de moscas se aprestan en las montañas, seguramente a ensanchar sus dominios de cara al verano. Hoy hemos sido sólo observadores domingueros, presa fácil de sus emboscadas, y hemos salido corriendo sin pena ni gloria, mientras movíamos los brazos como aspavientos. Pero ahora sabemos las zonas donde se han hecho fuertes y conocemos los apostaderos donde aguardan para lanzarse sobre el incauto y tantearlo con sus pringosas trompas. No sé si todos somos conscientes de esta temible amenaza, pero urge darles a entender que volveremos allí como dueños. Si logran salir del reducto montañero y esa inmensa legión de aguerridas moscas se extiende por las llanuras y las anchas riberas, nada ni nadie conseguirá desplazarlas. Si ganan también las ciudades, y asedian nuestros entoldados, nuestros reservados, nuestras bodegas, nuestros salones, nos veremos obligados a salir a la batalla para disputar, para decidir definitivamente quién disfrutará este verano de las mejores y más apacibles sombras. Creemos que es posible la victoria, al menos parcial, pero conviene advertir también desde ahora que quienes sobrevivan al incordio aún deberán enfrentarse a otra feroz y sangrienta carga, la de los mosquitos.

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