El acto no carece de intimidad, pero se celebra habitualmente al aire libre, en una zona de soleados bancos, en un parque público. Los asistentes dejan ver sus solemnes calvas al despojarse de boinas y gorras. Uno de ellos se adelanta entonces hacia el de más avanzada edad, que parece llevar la voz cantante y se inicia sin más preámbulos el ritual.
—¿Qué es lo que juras?
—Que acudiré puntual.
—¿Cual será tu hora?
—A las cuatro.
—¿de…?
—sí…de la madrugada.
—¿Qué te lleva a la cita?
—La apremiante necesidad.
—¿Y si no cumples con ella?
—Que me ahogue la marea.
—¿Seguirás después vigilante?
—La noche entera..
El juramentado se aproxima entonces al decano, que tras un abrazo fraterno le dedica estas palabras:
—Bienvenido, compañero de fatigas, acabas de ingresar como miembro de número en la más venerable y numerosa de las cofradías, en la legión prostática.
En ese momento el nuevo cofrade se adelanta y le impone en la pechera la preciada insignia esmaltada del orinal, e incidentalmente el decano recuerda al resto:
—Esta asamblea se reanudará y continuará con los nombramientos en unos cinco minutos. Compañeros, aprovechemos.
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