viernes, 17 de junio de 2011

Sobre exámenes



Los alumnos sagaces saben bien que los exámenes reflejan en cierta medida el estilo —las manías, dirán ellos— de quien los formula. El autor de una pregunta es alguien que aún esta pendiente de la respuesta, pero que al formularla hace notar además su importancia dentro de algún cuerpo de conocimiento y su relevancia para servir como instrumento social medida en un ámbito más o menos específico. En cualquier caso, cuando entre otras muchas el autor escoge esa pregunta, de manera indirecta se retrata o se define.

A medida que los exámenes ascienden en rango, los retratos alcanzan a algo más que a personas, y pueden ser reflejo de instituciones completas. No me estoy refiriendo al nivel de organización institucional que delatan pruebas o concursos de corte chapucero, voy más bien a las preguntas que componen esas pruebas y a lo que apuntan sobre el interés educativo de las universidades, los departamentos de educación o el propio estado. Yendo a uno de estos últimos, podemos tomar el que tiene una tradición administrativa unitaria más arraigada, con Francia.

Estos días se han celebrado allí las pruebas de final de Bachillerato. Existen distintas modalidades, orientaciones y asignaturas, pero la filosofía ocupa en todas ellas un lugar central. De los exámenes propuestos para esta disciplina, lo llamativo no era su discutible estructura, sino las cuestiones planteadas para la composición filosófica.

El de orientación económico-social era particularmente significativo. La primera cuestión de las tres en oferta decía:
1. ¿Está la libertad amenazada por la igualdad?
¿Quién no advierte en ella una seria preocupación por la pervivencia y armonía de los valores republicanos? Responder libremente sería dar carta de naturaleza a un conflicto social subyacente en la república. Responder oportunamente equivale a reducir la cuestión a un conflicto de valores filosóficos y evadir el atractivo debate. Sea esta u otra la alternativa, no estoy muy seguro de la fiabilidad de esta cuestión como instrumento de medida, pero no conozco de cerca el bachillerato francés.

Que nadie piense que la segunda opción concedía al candidato un respiro. De hecho apuntaba a otra cuestión de sabrosa enjundia:
2. ¿Es el arte menos necesario que la ciencia?
Aquí retrocedemos un poco en el tiempo, pero damos de lleno en la Ilustración. La cuestión parece sugerir una llamada al estilo discursivo francés, tan amigo de la esgrima argumental como desdeñoso de las definiciones. Suena a Rousseau y a su Discours sur les sciences et les arts, pero llevado al debate de los presupuestos. Ni allí ni aquí queda claro de qué idea de arte o de ciencia hablamos. Nadar en esas aguas inciertas quizá sea útil a los bachilleres, pero saber andar por tierra debería ser necesario.

Visto el tono de las anteriores, la última opción en la que se pedía comentar un texto de Séneca aparecía como un refugio sobrio pero acogedor.


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